jueves, 13 de octubre de 2011

Son río


La lluvia no me corre ni yo la busco particularmente, pero cuando nos encontramos la pasamos bien. A ella le gusta que, a diferencia del resto, alcé mi cara con cierta felicidad melancólica esperando que me lave. Disfruto su frescura, siento cada gota golpeando mi cara y mi cabeza como una bomba-sacaperturbaciones.

   Nos miramos. Moja. Acepto, aunque sólo un rato. Me gustaría soportarla un poco más, pero el agua traspasa la zapatilla y las medias mojadas no son para nada agradables. Miramos las luces difuminadas. Son lindas (la palabra "lindo" y sus derivados hace tiempo carecen de sentido) Tomamos el caminito diagonal que lleva al centro de la plaza. Digo tomamos, pero ella en realidad no toma nada, ella está. Está en el camino, está en la calle, en la vereda y en las luces. Está en los refugios que utiliza la gente que le teme. Aunque a ellos les pese, ella va acaparndo todo el lugar y termina goteando por los espacios libres que encuentra entre las chapas de la parada de colectivo.

   Tomo el caminito diagonal. Siempre hay dos o tres baldozas flojas que salpican. Siempre las piso. La belleza de las luces y la soledad de la plaza se opacan cuando, llegando al centro, se ve ese engendro moderno que llaman calesita. No hay caballos ni carruajes, fueron reemplazados por tanques de guerra y aviones. Atrás mío Sarmiento la mira espantado.

   Entro. Es tarde y hay que fichar. Saludo a los porteros y al cafetero uruguayo que preguntan si me mojé. Les digo que sí y sonrio. Ya la extraño.