viernes, 18 de enero de 2013

En diciembre no hay otoño

Que se desprendan las hojas del árbol aunque estén verdes por ser diciembre.

Que las palabras se renueven así,  por más que el sentimiento sea el mismo, encontremos nuevas formas de decir y comprender.

En cada durazno, cada bocado, su frescura, el instante. Sin embargo no sé usar otro adjetivo más que rico o sabroso. Y es mucho más que eso y las palabras no entran.

Y si las palabras no entran entonces en un bocado de durazno,  como van entrar en un abrazo o en el tiempo. Tan pequeñas, tan lindas, tan insignificantes e importantes a la vez.

No hay lengua que  abarque la vida, no hay vida que nos abarque ni que sepamos dimensionar.
Todo adjetivo,  toda definición,  todo está mal cocido.  Quien diseño el mundo no hizo nada a medida, nos creó pequeños. Dentro nuestro todo nos excede, nos supera.
El encuentro, el bocado de durazno y la hoja que caerá recién en mayo.

lunes, 14 de enero de 2013

Relatito. For you blue


Se encontraron en la noche de imprevisto. Para él había pasado mucho tiempo desde su último encuentro y se lo dijo. Ella pensó que valorar cantidades era inútil, más tratándose de algo tan relativo como tiempo.
         Lo miró, no le hablaba. Se reía sin entender qué la había llevado a buscar chocolate una vez terminado el vino. Era julio, un martes. Faltaban unos minutos para que empezara el miércoles. Tenía las manos frías. Pateaba como niña ofuscada y se reía pensando como había perdido los guantes. Como los puso en el canasto de la bici cuando salía del trabajo y como, mientras andaba, un pozo se cruzó en el camino. Derrapó. Cuando se levantó, sin terminar de entender lo que sucedía, se fijó que nadie hubiera visto su bochornosa caída, miró sus manos y rodillas raspadas, subió a la bici y siguió como si nada. Pero ahora necesitaba los guantes. Guantes y un chocolate que calmara el frío. Los pelos se le iban a la cara, el chocolate era la excusa para caminar. Para que el viento le volara los pelos, para calmar las ansias provocadas por el exceso de vino. Lo que menos esperaba era encontrarlo. Cristóbal.
         Lo vio hermoso, más que de costumbre. Se abrazaron. El abrazo duró más de veinte segundos. Pensó en besarlo, pero sintió que era una falta de respeto cortar ese momento. Cuando separaron los cuerpos él le dio la mano (notó que estaba lastimada) y le preguntó cómo estaba. Sin poder controlar la sonrisa, contestó y siguió la formalidad repreguntando. Pensó que era muy probable que sus labios o dientes estuvieran manchados con vino. Entonces enseguida contó que había estado leyendo y bebiendo tinto malbec. Que no se podía dormir, que se preparó un té y no lo tomó porque le agarraron ganas de viento y chocolate. Él la miraba. Miraba los pelos que iban y venían con el viento. Entonces le dijo: "Hace mucho no te veía, estás linda. Los labios violetas siempre te sentaron bien".
         ¿Cómo explicarle que para ella no había pasado tanto tiempo? Que lo tenía presente a cada rato. Que había acomodado los muebles como él alguna vez le había sugerido. Que mientras andaba en la calle imaginaba encontrarlo en alguna esquina. Que sentía que su vida había dejado de pertenecerle y que todo había pasado a ser parte de él. Que no podía escuchar a George Harrison sin recordarlo, que si alguien hablaba de Borges ella pensaba en el libro de su mesa de luz y que, inevitablemente, cada vez que prendía la chimenea recordaba cuanto les gustaba quedarse dormidos en el sillón mirándola. ¿Cómo explicarle que eso a veces era motivo de bronca y llanto? Y es que Harrison y Borges supieron ser tan suyos antes que él apareciera. Es que dormirse en el sillón mirando la chimenea era algo que había hecho desde muy niña. Ahora, el último tiempo todo había pasado a ser parte de la vida con Cristóbal. Y él había decidido alejarse. No porque no la quisiera, sino porque no soportaba querer a alguien más que a sí mismo.
         Se sentaron en la vereda. Se pusieron al día sobre sus vidas. Hablaron de las caídas en bicicleta. Comieron el chocolate. Entonces, cuando se dieron cuenta que era ridículo estar tomando frío. Cuando se dieron cuenta que ya era miércoles y que al otro día madrugaban. Cuando se miraron sonrientes,  Cristóbal volvió a tomar la mano lastimada. La acarició y le dijo "¿vamos a tu casa?"
         Ella lo miró, no había dejado de mirarlo ni un instante. Pensó en Harrison y Borges. Recordó el té sobre la mesa de la chimenea. Té de té, sin azúcar que ya debería estar frío.  Guardó la barra de chocolate que quedaba en el bolsillo del abrigo. "Mañana trabajo", contestó. Le besó la frente y se fue cantando bajito " I feel it now. I hope you feel it do..."

martes, 8 de enero de 2013

ídem




No hay nido que a la copa no pese
el hornero recibió más de una queja

Son mis pájaros azules lo que anidan en la copa
Copa que también es mía.
Mía, uva y serena

Mas me gustaría un antipoeta
Un Nicanor
No tienes idea de que hablo.

Mejor vuela