lunes, 25 de febrero de 2013


En el balcón había unos púberes.
En el balcón que nos gusta.
El que queda a una cuadra de la casa que no es mi casa.
De la casa en la que vivo.

El que está en esa cuadra
Lucía Alemán
 en que las casas están pintadas en diferentes tonos de rosas.
Cada vez más claros.
La cuadra de los paraísos inclinados hacia la calle.

En el balcón había unos púberes
Descubriendo el mundo
Arrogando su conocimiento.
Yo en la calle.
vieja, como el rosa de la última casa
Volviendo temprano para estudiar.

Vos.
¿vos? 

miércoles, 13 de febrero de 2013

Arena en las rodillas


Que derrapes
Venga  una  ola y te estampe contra la arena
Comas cada pedazo de caracol roto que haya donde caigas
Que la sal del mar entre en tus heridas abiertas y te las recuerde.
Que tengas presente ese momento entre el divertido observar de la orilla y la conciencia del golpe.
Que recuerdes todo lo que pasa por tus ojos en el instante que la cabeza colapsa.

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Espero que te levantes
Que el mar se haya llevado tu ropa.
Te levantes desnudo, dolorido y confuso.
El dedo de un niño señale tu ridículo.
Que sientas vergüenza, mucha.
Quieras tapar tus partes íntimas.
Y así toda la humanidad que niegas quede expuesta
entonces llores o corras.

lunes, 4 de febrero de 2013

Hay veces en que me enamoro de mi sombra. Me pasa, ante todo, cuando camino sola en la noche. Como si fuera  una entidad ajena a mi persona, me acompaña con mi caminata saltarina que, a falta de ver pies, se nota por el rebote de la cabeza o del morral contra la cadera.
Si no caminara en la noche escribiría menos de la mitad de las cosas que escribo. Y no lograría comprenderme lo poco que me comprendo. Lo bueno de caminar es que el tiempo de transición de un lugar a otro, sea cual sea la distancia, es suficiente para adecuarse a donde se llegue, o no llegar por entender que es un destino erróneo.

La bici en ese sentido es bastante parecida y economiza el tiempo, por eso ayer que la distancia era menor a diez cuadras, decidí caminar.

La noche estaba fresca, me hubiese gustado, como en invierno, tener un chocolate en el bolsillo. Pero en las noches de verano no suelo tener reservas de chocolate y  contadas veces, la ropa veranil femenina,  cuenta con bolsillos. Por alguna razón, no guardo chocolates en la cartera. O al cajón de la mesita de luz, tal como me enseñó mi abuela, o el bolsillo de algún abrigo suelen ser los guardianes.
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