Camino. El cielo es gris, la calle es gris,
la plaza no. El cielo tiene ese color que hace resaltar todo lo que se
interpone entre nosotros. Las copas de
los árboles, los carteles, las cotorras, las flores de las copas, los
edificios. Todo contrasta mientras el viento lo golpea.
Estoy tan enojada que cuando cruzo la plaza
creo que son mi paso y mi enojo los que remueven la hojas, levantan el viento y
obligan a las madres a sacar a los chicos del sube y baja. Cruzo en diagonal,
el paso firme y las manos abiertas. Pienso que el cielo puede caerse a pedazos,
el viento tirar miles de árboles, la lluvia inundar las casas, el asfalto
abrirse hasta mostrar la tierra, el agua y el magma.
Deseo que todo eso suceda porque creo que,
como si nada, podría seguir caminando con la misma firmeza. Pero el cielo gris
no muestra rajadura, ni el viento mueve más que hojas y tierra, ni las gotas que
caen llegan a mojar mi camisa. Del magma ni noticia y mi paso puede flaquear
con solo apoyar un poco de más la plataforma del zapato. Encarno y reconozco que cumplir cualquiera de mis deseos
me perjudicaría. Entonces solo espero que llueva, así poder disimular el momento
en que la bronca se transforme en llanto. Aprieto los labios. Quiero llegar a
casa.
Hace unos días (23 de enero) recordábamos
la fecha en que nació Luis Alberto Spinetta, dentro de otros pocos se cumplirá
la de su muerte (8 de febrero). A mi me sigue sorprendiendo es su existencia.
No pienso analizar la vida del músico,
porque no estoy a la altura de las circunstancias. Tampoco voy a entrar en una
competencia de fanatismos porque estoy segura que la pierdo. Pero sí pienso
hacer un pequeño repaso de situaciones que vinieron a mi cabeza y que aparecen
bastante seguido.
Recuerdo el día de su muerte, y creo que
los de mi generación lo vamos a recordar toda la vida. Creo que vamos a contar
una y otra vez dónde estábamos, con quien, cómo impactó la noticia y cuál fue
nuestra primera reacción. Lo vamos a contar siendo viejos y tal vez, como la
muerte de Gardel en la novela de María Elena Walsh, nos ocupemos de dejar
inmortalizado ese momento en las letras. Tal vez vieja, le cuente a mis nietos
y sobrinos nietos cuando llamé a mi hermano:
“-Che ¿sabés una cosa?
-¿Qué?
- Se murió Spinetta.
-Mentira.
-De verdad, boludo.
-Mentira ¿Dónde lo viste?
-Lo están diciendo en TN.
-TN miente, Bebi”.
No recuerdo como siguió la conversación con
el incrédulo, supongo que contuve las lágrimas y le dije “después hablamos”.
Esta vez el canal de noticias no mentía, Spinetta se había muerto y mi amigo
Tomás se quejaba porque los clientes del kiosko habían expresado pena por la
muerte de Romina Yan, pero del músico no decían nada. “Primero Fowgill, ahora
El Flaco”, lamentaba el kiosquero. Yo, que había ido a visitarlo porque el
duelo de fotos y canciones que se había instaurado en facebook no calmaba mi
sentimiento de orfandad, sentía algo parecido. Sólo quedaba el polémicamente
recuperado Charly, en ese estado que causaba algo de tristeza, estaba y uno no quería perderlo. También Fito,
pero él es de este planeta.
Recuerdo que el papá de una amiga nos llevó
a ver Spinetta al Colón, año 2004 o 2005. El señorito y su guitarra solos en el
escenario se veían como una línea recta y
corta con un pequeño desvío. Unos chicos altos, de más o menos 20 años y
remeras rayadas, presumían hablando del estilo arquitectónico del teatro. Por cómo lo hacían, parecía que habían tirado un
listado sin razón de nombres y edades históricas que recordaban. Podrían haber
dicho “Es un Gaudí mesopotámico”, total sonaba súper spinetteana la frase.
Recuerdo que cuando terminó un tema alguien gritó “Durazno, Flaco” y Luis
contestó “Cuando tocaba Durazno me pedían temas de Almendra. Estoy presentando
esto, escuchalo porque me lo vas a pedir cuando presente otra cosa”. Admito que era de las que iba esperando
escuchar “Durazno”, también admito que la mejor canción de ese concierto fue
“Las cosas tienen movimiento” en una versión que ni su propio autor (Páez) pudo
imaginar mejor.
Llegó el concierto de las bandas eternas. Yo no podía creer estar viendo Pescado Rabioso
en vivo, era algo que había asumido imposible y ahí estaba. Era consciente de que
no había retroceso en el tiempo, ni ellos eran los mismo, ni el público tan
virgen. El recital fue eterno y él
rebalsaba de simpatía. “Querían ver Rock, hubiesen ido a ver AC/DC” o “Después
seguimos todos en casa” eran los chistes que tiraba medio superado. Al
principio del recital, alguien gritó “¡No te mueras nunca!” y, con su
característica entonación, la respuesta fue algo así como “Bueno, pero vos
tampoco así te das cuenta”. El canal de noticias no mintió Spinetta estaba
muerto, tal vez el tipo que gritó esa noche en Vélez también esté muerto. No
sé, de ese en TN no dijeron nada.