Un día mi amigo Nico trajo a casa El Joven
Manos de Tijera. No voy a escribir un ensayo sobre Nico porque terminaría
siendo un tratado moral internacional sobre tolerancia, cariño y lámparas con
dimmer. Sólo voy a contar eso, a veces le daba por traer películas para ver en
casa. Esa tarde llegué del médico después de un largo día de trabajo y cuando
subí a mi cuarto ahí estaba él, pintando con mis hermanas menores, jugando a hacer casual algo minuciosamente
pensado.
Tengo un
defecto, entre muchos. Uno de esos que a veces falla y se convierte en virtud.
Tengo algo que podemos catalogar como cualquier cosa. Soy sensible y con las
películas me excedo. No es que no sea consciente de la división
ficción-realidad, sino que no puedo dejar de entregarme de lleno a lo que acontece.
Cuando terminó la película, no pude más que agradecer tener manos y que tengan
dedos. Nico se fue y lo abracé y por varios días pensé todas las cosas que
hacía gracias a estas extremidades. Tener manos fue, desde ese momento, el
consuelo a cualquier altercado y entendí más que nunca el agradecimiento a la
vida de Violeta Parra.
Revalorizar.
Eso dijimos con una amiga. Era 28 de diciembre y estábamos en un cumpleaños. 28
de diciembre y todos manteníamos la resaca de navidad y la ansiedad de año
nuevo y esa tensión rodeada de excesos de fin de año, por lo que la fiesta no
terminaba de armarse. Como algo que no termina de caer y queda en suspenso, las
horas, las personas, la cerveza y las canciones pasaban y la fiesta nunca
llegaba. Estaba todo ahí, el vaso de vidrio con media base fuera de la mesa,
pero no había rose que determinara su caída y su estallido en mil pedazos.
Entonces decidimos ir al bar de la esquina. Vivimos en un pueblo. El bar de la
esquina es El Bar, el único. Que si ya estaba venido a menos, en esa época del
año donde todo bordea el cansancio y el exilio costero, no tenía chance de ser
un mejor lugar. Estaba vacío, Sólo dos empleados en la barra hablando con un
borrachín que hace años parece anclado en la misma banqueta y una pareja que estaba,
sin hablar, mirando el techo. Así y todo salía música de la pistita de baile
que otras veces hacía de lugar de karaoke y de a rockola instalada frente a la
barra. Entramos, fuimos al baño, bailamos frente al espejo quince segundos,
retocamos nuestros peinados y volvimos a la fiesta, que sólo había sumado algún
borracho. Nuestra mirada sobre el lugar que seguía sin estallar fue diferente.
Teníamos la certeza de que había gente más triste esa noche.
No lo llamaría
cobardía sino, más bien, diría que las dos gozamos de un arrojo muy prudente.
Manuela y yo nos hicimos amigas por quedarnos los veranos en Bella Vista. Suele
pasar que ante el éxodo veranil, van generándose nuevos grupos de socialización
conformados por los que quedan, que varían por quincena, hasta que llega fin de
febrero y empiezan a reestructurarse los grupos originales. Pocas veces los que
quedan siguen siendo amigos llegado marzo, pero no fue el caso. Entre altas y
bajas del grupo, mientras ella contaba collaretas fruncidas y yo reclamos
municipales, establecimos junto a Maca y Maru, varios códigos, labios llenos de
vino y una bella amistad. Además, pueden
tildarnos de cobardes, pero quedarse en el pueblo todo el verano, eso sí es una
aventura.
Reconociendo
las dos nuestras personalidades esquivas a la aventura, pasado el verano,
llegamos a un acuerdo. Habíamos ido a uno de los primeros casamientos de mi
generación escolar en el frío extremo de julio. Durante la fiesta, como se
estila, mostraron el vídeo realizado por las amigas de la novia y los amigos
del novio. El vídeo consistía en preguntas sobre los recién casados contestadas
por sus amigos y familia. Los amigos de él a toda pregunta contestaron “plata”,
las de ella supieron ser más variadas. Dormir, comer, putear y enojarse fueron
la repuesta a “¿qué le gusta?” Drogarse, emborracharse a “¿qué no haría nunca?”
Comiendo durmiendo y puteando a sus hijos, fueron la respuesta a "¿Cómo la
imaginás dentro de 10 años?" A la mañana siguiente, con nuestras
respectivas resacas a cuestas, sellamos el pacto. Aun viendo nuestra posibilidad
de matrimonio como algo lejano y casi nulo, en caso que alguna de las dos se
casara y nos correspondiera ser parte del vídeo, íbamos a mentir. "¿Manu?
hacía bugee jumping día por medio, encaraba a los tipos tan segura de sí que
daba miedo y algunas personas le temían porque corría el rumor de que siempre llevaba un arma en la
cartera". Ese era mi discurso para su vídeo, ella tendría alguno parecido
para el mío.
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