A veces, mis manos parecen más chicas y blancas de lo que ya son. El resto del cuerpo se mantiene.
El colectivo parece inmenso. No sé cuál es el tamaño de un elefante, pero imagino que puede tener el tamaño de cuatro o cinco. Los imagino ahí yendo al costado, por la calle, en fila.
Mis manos no pueden más que generar nostalgia. Las miro y, estén del tamaño que estén, del color que sean, veo en ellas toda mi fragilidad. Las abro, veo los callos producto de la escritura y de la guitarra en las yemas. En la palma, los del manubrio de la bici. Miro mis manos y la veo mías, curtidas y frágiles, huérfanas de siestas. Me veo crecer sin dejar de añorar una niñez jamás recordada de modo objetivo.
Fragmentos III
No hay comentarios:
Publicar un comentario