
lunes, 14 de julio de 2014
Fútbol en Europa del este
En mi barrio y en mi ventana el fútbol empieza cuando termina el mundial y se apaga la tele. Las canchas se llenan de panzas que gritan más de lo que corren. La plaza de niños, que van sacándose los abrigos y mostrando sus camisetas argentinas. Las madres intentan convencerlos de que se dejen el buzo puesto, que si no se van a enfermar porque el aire frío les da directo en el pecho. Los padres parecen no saber qué hacer, saben que en algún punto está mal que se saquen el abrigo y que van a retar a los dos cuando el nene llegue con tos a casa. Sobre todo a los improvisados que no tienen polera bajo su disfraz de Messi. Porque a los chicos, que entienden siempre más que nosotros, no les importa ser Lavezzi como a los señores de treinta. Hay una cuestión de identificación física, Messi no es sólo el Power Ranger rojo (es decir, el más visible y marquetinero) El diez tiene cara de niño, corte de pelo de niño, falta de barba como cualquier niño. Mientras Lio, sobre nombre también de pibito, hace propagandas de Yogurt el pocho es la cara y el cuerpo de Etiqueta Negra. Eso es humildad y sabiduría, pedir un yogurt y no un traje. Sus sombras largas también juegan. Mientras tanto, el hombre araña aprende a andar en bicicleta.


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