Había que cantar en La
llenar el living de jazmines
ir a un río
pasar por una obra
y oler cemento fresco.
Sólo eso, para darse cuenta,
que no tenía el corazón roto
sino un poco disperso.
martes, 17 de noviembre de 2015
martes, 20 de octubre de 2015
Quara (Nudo)
Parte I
Un año nos fuimos de vacaciones juntas a Jujuy. Como corresponde, en abril. Yo viajaba una semana antes y nos encontramos en Maimará un viernes. Creo que de ahí nos fuimos directamente a Humahuaca. No recuerdo muy bien la sucesión de acontecimientos, pero sí que ambas estábamos dispuestas a disfrutar, tranquilas y bastante bacanas. Nos habían recomendado una peña, cuando fuimos era un galpón con cuatro viejos borrachos. Miramos sin siquiera entrar y nos fuimos, reclamando a Dios que nos tirara una posta para, en nuestra comodidad y cobardía, encontrar algo que nos entusiasmara.
Un año nos fuimos de vacaciones juntas a Jujuy. Como corresponde, en abril. Yo viajaba una semana antes y nos encontramos en Maimará un viernes. Creo que de ahí nos fuimos directamente a Humahuaca. No recuerdo muy bien la sucesión de acontecimientos, pero sí que ambas estábamos dispuestas a disfrutar, tranquilas y bastante bacanas. Nos habían recomendado una peña, cuando fuimos era un galpón con cuatro viejos borrachos. Miramos sin siquiera entrar y nos fuimos, reclamando a Dios que nos tirara una posta para, en nuestra comodidad y cobardía, encontrar algo que nos entusiasmara.

La psicóloga
era un personaje medio boludo, que cada vez que quería calificar algo hacía una
pausa y en voz baja y cámara lenta sentenciaba: “in- cre- ibleeee”. Algo así
dijo cuando llegamos a las piedras talladas y repitió cuando al mismo lugar
donde estábamos llego una chica muy simpática con una turista Brasilera, que
fotografiaba todo con su Tablet. La chica se llamaba Gaby y era del lugar. Nos
contó que con su familia se dedicaban al turismo rural y nos invitó a tomar el
té en su casa que estaba ahícito de donde estábamos. Ahícito, resultó ser una
hora de caminata, con la psicóloga sorprendida por cualquier cosa que
sucediera. En principio el camino fue normal. Llegar hasta la ruta y caminar
bordeándola. Tierra, tierra, tierra. Cactus, cactus, cactus. Naranja, marrón,
naranja, cielo. Hasta que llegamos a una parte donde parecía haber caído un
meteorito. Nos metimos ahí, en la tierra partida, atravesamos un pasillito de
paredes rojas formadas naturalmente por la arcilla de la tierra partida y
llegamos a un valle. Una casita chiquita, con pasto verde, un sauce y una
acequia con un hilo de agua.
A partir de ese
momento creo que cruzamos a otra dimensión, que Gaby explicaba con total
naturalidad y una risita al final de cada frase. Ya habíamos cruzado una línea
de alambre y Gaby dijo que ya eran
tierras de su familia. Mientras Juana Molina seguía des- lum- bra-da, por cuestiones que ahora sí
lo ameritaban y la brasilera sacaba fotos con su IPad, con Manuela sólo nos
mirábamos. Bordeamos un maizal chiquito y a los veinte metros un pequeño grupo
de árboles. Juro que no miento, eran árboles de frutas miniaturas. Peras,
duraznos, manzanas rojas y verdes. Todas chiquitas de colores deslumbrantes
que, con la aprobación de Gaby, arrancamos para probar. Recién ahí hablamos con
Manuela. “Esto es Hansel y Gretel”, le dije mientras ella probaba una pera de
agua más chiquita que mi mano con dedos amputados.
Llegamos a la
casa, tenían un burro, una cosa que calentaba el agua de la pava por el
sol y otro montón de cosas que no pude
retener. Para mí el viaje de la piedra hasta ahí había sido impactante. Tomamos
té con tostadas y queso de cabra. La psicóloga decidió quedarse junto a la brasilera
en esa casa. Las tres nos acompañaron a tomar el ómnibus que debía parar 17.45
en alguna altura de la ruta 9. Hicimos el camino siguiendo a Gaby, cortando
campo siempre sonriendo. Pasamos por unas canchas de fútbol y llegamos a la
ruta. Las sombras ya eran larguísimas. Nos señalaron la garita para esperar el
bondi, donde había tres o cuatro personas más. Saludamos y dividimos los
caminos.
Faltaban quince
o veinte minutos para que pasara el bondi. La excursión había durado unas horas
más de lo planeado y nuestro abrigo, por lo tanto, empezaba a quedar corto.
17.40 pasó un colectivo, hicimos señas para que parara y nada. 17.55 pasó otro
y nada. Las personas que estaban ahí eran claramente de la zona. Llevaban muy
pocas cosas y parecía que iban o venían de trabajar. 18.40 pasó una
camionetita, los hombre se subieron ahí. Quedamos solas esperando el bondi.
Para esa época
habían pasado apenas unos meses del caso de María Cash. Una chica que se separó
de sus amigas recorriendo el norte argentino y nunca más se supo nada de ella.
Antes de viajar tanto mi madre como la
de Manuela nos sobre recomendaron no quedar solas, no ir a cualquier lado.
Cuidarnos. No recuerdo cual fue exactamente la frase de mamá, pero fue algo así
como: “Nada de imprudencias”.

Al rato vimos
luces que parecían de colectivo e hicimos señas desesperadas para que nos
vieran. Las luces eran de un camión que paró pasada la garita. Para mis
adentros pensé “Ya fue, hay que llegar”, pero no empecé a expresarlo que
Manuela se había escondido hecha un bollito atrás de la pared. Entendí que no
podíamos separarnos. Que si no estaba dispuesta a subir al camión, ni a nada,
tendríamos que quedarnos ahí el tiempo que fuera necesario. Y si ese tiempo
implicaba la llegada del amanecer, entonces nos volveríamos locas, pero juntas.
El camión se
fue veinte minutos después. Veinte minutos hechas un bollo atrás de una pared
con un Tramontina en la mano. Cuando vimos que el camión se iba y lo perdimos
de vista nos reincorporamos. Entonces me salió una determinación de no sé donde
y le dije a Manuela que había que decidir, que el bondi no iba a pasar. O nos
preparábamos para pasar la noche en la garita, con hambre frío, miedo y
ansiedad, pero sin hacer nada más que esperar; o empezábamos a caminar al
costado de la ruta hasta llegar a algún pueblo donde llamar al hostel y
decirles desde un lugar concreto que nos mandaran un remis. Para la segunda
opción no había remedio al hambre, al frío, ni al miedo. Pero si hacíamos algo
que no fuera sólo pensar.
Manuela tenía
miedo. De quedarse. De salir a caminar. De volver a Hornaditas. Yo también
tenía miedo de esas mismas cosas, pero inexplicablemente el miedo sacó un yo
desconocido. Supongo que si hubiese estado con una persona que mostrara más
fuerza que yo hubiese reaccionado como Manuela. Pero la veía con sus ojos
gigantes multiplicados por quinientos, el Tramontina inútil en la mano,
tratando de sacar el frío que ya estaba atado a nuestros huesos. Tomando la
frase de mi madre Manu preguntó cuál de las opciones era la más prudente.
Contesté que ya no había prudencia cuando se estaba sólo en la Ruta 9, en la noche
cerrada de un domingo de pascua.
Hubo un
silencio o dos. Y me ataqué otra vez. Esperar a que amaneciera me resultó
desesperante. Nos imaginé ahí toda la noche, haciendo turnos para dormir, con
los ojos que se caían y el frío ya sin sentir, porque nosotras pasaríamos a ser
el frío. Le dije a Manuela que camináramos. De esa manera capaz conseguíamos
señal, podíamos ver en qué kilómetro de la ruta estábamos, llamar un remis o
bajar en el primer pueblo que encontráramos y pedir un teléfono. Manuela se levantó
Tramontina en mano, yo alumbraba el camino con mi teléfono. Manuela dio dos
pasos y me dijo un montón de cosas juntas en tono de llanto que no logré
entender. La agarré de los brazos. “No es momento para ataques de histeria,
caminemos”
A diferencia de
la frase anterior, esta pareció cambiar el modo en que estábamos prendidas las
dos. Caminábamos agarradas de los brazos. Mi mano derecha alumbraba con el
teléfono, la izquierda agarraba a Manu. La mano derecha de Manuela me agarraba,
la izquierda sostenía el cuchillo pegoteado por las peras del mediodía. A la
izquierda de las dos la ruta.
Para quitar
dramatismo a la cuestión Manuela propuso hacer un abecedario de canciones. De la A a la Z buscar algún
tema que cantar. Logramos por medio de ese juego distendernos pero no
dispersarnos. Nos reímos y salteamos algunas canciones como Gracias a La vida,
y algunas otras que parecían estar cantando nuestra despedida del mundo. No
había paisaje ni dimensiones, caminábamos la negrura. Sólo sabíamos que había
un piso, porque lo caminábamos. Negro adelante, negro atrás, negro el cielo,
negro a la derecha y a la izquierda. Todo era negro, hasta que se vieron unos
refusilos que devolvieron la idea de cielo-tierra y la de distancias. Seguimos
cantando. Sin tener señal, como una cuestión de brujería, llegó un mensaje de
la mamá de Manu preguntando si estábamos bien. “María Cash y la puta que te
parió”, gritó Manuela. Seguimos cantando.
Los refusilos
no pararon. Espaciados volvían. Nosotras estábamos llegando a la X en nuestro
abecedario de canciones, buscando una canción para esa maldita letra.
Tardábamos en encontrarla y creo yo que lo hacíamos adrede. Terminar el juego
era darnos cuenta que seguíamos en la negrura partida por rayos blancos, solas.
Pasó al lado
nuestro una camioneta ecosport roja, un poco más adelante paró en la banquina.
Manu apretó su cuchillo, para mí ya estaba todo perdido o encontrado, pero
fuera de nuestras manos. Mientras la chica del Tramontina preguntaba temerosa
“¿Bebi qué hacemos?” de la puerta de la camioneta abriéndose bajo un pie de
mujer, que se apoyó en el piso y asomó su cara. Una señora de pasados cuarenta
nos dijo “¿Van para Humahuaca?”
Subimos.
Manejaba el marido de la mujer. Por un momento me pregunté por qué debía
confiar en ellos. Pero ya era tarde para preguntas, como había sido tarde para
soluciones prudentes cuando estábamos esperando el bondi. Nos contaron que era
un problema frecuente con el colectivo de los domingos y que se habían quejado
con la empresa varias veces. Me llegó un mensaje de mamá, le contesté que
estaba todo hermoso. Bajamos en Humahuaca. Agradecimos sabiendo que era poco.
Salimos de la camioneta y nos miramos. Hubo un instante de silencio que pareció
mil instantes y mil silencios. A partir de ese momento, como la noche que
descubrimos que había fiestas más sin empezar que la nuestra, solo nos abocamos al festejo. Fuimos a comer
a fuera, pedimos la comida más rica y el vino que la moza recomendó como el
mejor que tenían en el lugar. Recién sentadas y con la comida pedida, con el peligro
lejos, nos animamos a nombrar loa refusilos. La moza trajo un Quara malbec que
desde ese momento fue nuestro vino, el de
nuestra resurrección, de nuestra pascua.
domingo, 11 de octubre de 2015
Revalorizar (introducción)
Un día mi amigo Nico trajo a casa El Joven
Manos de Tijera. No voy a escribir un ensayo sobre Nico porque terminaría
siendo un tratado moral internacional sobre tolerancia, cariño y lámparas con
dimmer. Sólo voy a contar eso, a veces le daba por traer películas para ver en
casa. Esa tarde llegué del médico después de un largo día de trabajo y cuando
subí a mi cuarto ahí estaba él, pintando con mis hermanas menores, jugando a hacer casual algo minuciosamente
pensado.
Tengo un
defecto, entre muchos. Uno de esos que a veces falla y se convierte en virtud.
Tengo algo que podemos catalogar como cualquier cosa. Soy sensible y con las
películas me excedo. No es que no sea consciente de la división
ficción-realidad, sino que no puedo dejar de entregarme de lleno a lo que acontece.
Cuando terminó la película, no pude más que agradecer tener manos y que tengan
dedos. Nico se fue y lo abracé y por varios días pensé todas las cosas que
hacía gracias a estas extremidades. Tener manos fue, desde ese momento, el
consuelo a cualquier altercado y entendí más que nunca el agradecimiento a la
vida de Violeta Parra.
Revalorizar.
Eso dijimos con una amiga. Era 28 de diciembre y estábamos en un cumpleaños. 28
de diciembre y todos manteníamos la resaca de navidad y la ansiedad de año
nuevo y esa tensión rodeada de excesos de fin de año, por lo que la fiesta no
terminaba de armarse. Como algo que no termina de caer y queda en suspenso, las
horas, las personas, la cerveza y las canciones pasaban y la fiesta nunca
llegaba. Estaba todo ahí, el vaso de vidrio con media base fuera de la mesa,
pero no había rose que determinara su caída y su estallido en mil pedazos.
Entonces decidimos ir al bar de la esquina. Vivimos en un pueblo. El bar de la
esquina es El Bar, el único. Que si ya estaba venido a menos, en esa época del
año donde todo bordea el cansancio y el exilio costero, no tenía chance de ser
un mejor lugar. Estaba vacío, Sólo dos empleados en la barra hablando con un
borrachín que hace años parece anclado en la misma banqueta y una pareja que estaba,
sin hablar, mirando el techo. Así y todo salía música de la pistita de baile
que otras veces hacía de lugar de karaoke y de a rockola instalada frente a la
barra. Entramos, fuimos al baño, bailamos frente al espejo quince segundos,
retocamos nuestros peinados y volvimos a la fiesta, que sólo había sumado algún
borracho. Nuestra mirada sobre el lugar que seguía sin estallar fue diferente.
Teníamos la certeza de que había gente más triste esa noche.
No lo llamaría
cobardía sino, más bien, diría que las dos gozamos de un arrojo muy prudente.
Manuela y yo nos hicimos amigas por quedarnos los veranos en Bella Vista. Suele
pasar que ante el éxodo veranil, van generándose nuevos grupos de socialización
conformados por los que quedan, que varían por quincena, hasta que llega fin de
febrero y empiezan a reestructurarse los grupos originales. Pocas veces los que
quedan siguen siendo amigos llegado marzo, pero no fue el caso. Entre altas y
bajas del grupo, mientras ella contaba collaretas fruncidas y yo reclamos
municipales, establecimos junto a Maca y Maru, varios códigos, labios llenos de
vino y una bella amistad. Además, pueden
tildarnos de cobardes, pero quedarse en el pueblo todo el verano, eso sí es una
aventura.
Reconociendo
las dos nuestras personalidades esquivas a la aventura, pasado el verano,
llegamos a un acuerdo. Habíamos ido a uno de los primeros casamientos de mi
generación escolar en el frío extremo de julio. Durante la fiesta, como se
estila, mostraron el vídeo realizado por las amigas de la novia y los amigos
del novio. El vídeo consistía en preguntas sobre los recién casados contestadas
por sus amigos y familia. Los amigos de él a toda pregunta contestaron “plata”,
las de ella supieron ser más variadas. Dormir, comer, putear y enojarse fueron
la repuesta a “¿qué le gusta?” Drogarse, emborracharse a “¿qué no haría nunca?”
Comiendo durmiendo y puteando a sus hijos, fueron la respuesta a "¿Cómo la
imaginás dentro de 10 años?" A la mañana siguiente, con nuestras
respectivas resacas a cuestas, sellamos el pacto. Aun viendo nuestra posibilidad
de matrimonio como algo lejano y casi nulo, en caso que alguna de las dos se
casara y nos correspondiera ser parte del vídeo, íbamos a mentir. "¿Manu?
hacía bugee jumping día por medio, encaraba a los tipos tan segura de sí que
daba miedo y algunas personas le temían porque corría el rumor de que siempre llevaba un arma en la
cartera". Ese era mi discurso para su vídeo, ella tendría alguno parecido
para el mío.
jueves, 8 de octubre de 2015
Lavarse las manos
Decime que vale la pena y suspendo mi cita
de mañana
Que queda algo
Más allá del amor moderno
De nuestros egos
De algo
Que quede
Que espero que digas.
jueves, 17 de septiembre de 2015
Mi prima del futuro
Hace unas semanas decidí ir sola a
la muestra de fotoperiodismo que hace años AGRA realiza en el Palais de Glace.
Normalmente cuando estoy triste, o a
punto de estarlo, sobreactivo (Luna
sagitario) La chica que vive conmigo se sumó al paseo. Un lunes, agosto, feriado.
Después de almorzar, sin apuro
tomamos el tren y de ahí el 60. Hace tres o cuatro años voy a la muestra y,
normalmente me pierdo un poco antes de llegar al lugar. Bajamos antes de Las Heras
y Pueyrredon. Pasamos por Plaza Francia con su típica feria. Entonces me acordé
mis primeras visitas a esa parte de la ciudad.
En el año 2001 viajamos a Brasil con
mi familia, primos segundos, tía, tía abuela, familia amiga. Éramos diez
millones distribuidos en una casa en la que le tiramos colchones por todos
lados. La casa estaba sobre la playa, llegamos de noche, empezaba una tormenta
y mi tía abuela nos obligó a todos a sacarnos los pantalones por temor a que el
metal de los botones y cierres atrajera
algún rayo. Un ejército de niños y de
adultos corría en bombacha y calzoncillos, a la noche, por la playa, bajo la
tormenta riéndose a los gritos, llevando bolsos. Con toda la excitación
pertinente al comienzo de un verano que
recién empezaba y ya tenía historia.
Ese verano cumplía 12 años y, por
consejo de mi tía Maduque empecé a usar desodorante. Maduque es mi tía
periodista, que para ese momento trabajaba en Cosmopolitan. Ella merece un
capítulo aparte, como cada uno de los que participó de ese viaje. Cuando hay
vacaciones familiares multitudinarias el mundo se divide en dos grupos: Los chicos
y Los grandes. Maduque siempre supo jugar con ese límite y así fue que un día
Los chicos terminamos en ronda escuchando como nos contaba la película “El proyecto
blair witch”.
Mi prima Sofía Urquiza conocía la
historia, no sé si por relato de otras primas nuestras o porque la había visto.
Sofí tenía 14/15 años y una forma impresionante de contar con la perfecta
contracción y relajación de sus ojos chinos. Si bien, conocía a mis primos
segundos de inviernos en el campo,
comidas de nuestros padres donde también quedábamos unificados en
colectivo Los chicos, salvo algunas excepciones me relacionaba con ellos en
concepto de grupo, conformado por subgrupos familiares: Los Caillon, Los
Maristany, Los Mejía, Los Urquiza. Para ellos, mis hermanos y yo éramos parte
de Los Bayá. Creo que después de ese verano, no sólo empecé a usar desodorante,
sino que empecé a relacionarme con Sofi más allá de nuestra pertenencia grupal.
Cuando volvimos a Buenos Aires algunos jueves,
nos llamábamos a nuestras casas y
hablábamos por teléfono horas. Cada tanto, también, pegaba viaje a capital y me
quedaba en “Lo de Urquiza”. Vivían en un departamento sobre la calle French,
frente a un COTO. Nos encerrábamos a escuchar Pedro y Pablo, a tocar la
guitarra. Vagueábamos. Íbamos a Plaza Francia a tomar mate, mirar la feria y al
cantante de turno. Yo creía que éramos grandes o, mejor dicho, que Sofi me
mostraba como se era cuando crecías.
También alquilábamos películas en Blockbuster
y, para verlas, comprábamos golosinas en el COTO. En esa época empecé a ver
películas para grandes, las que no eran especialmente dedicadas a niños. Sexto
sentido, Los niños del cielo, El náufrago, Apariencias. A veces también íbamos
al Village de Recoleta. Yo me entregaba al andar de Sofi que conocía las calles
de una ciudad para mi imposible. Una vez más la sensación y el hecho concreto,
ella abría los caminos.
Los Urquiza viajaban un montón, como
hijos de padres separados a veces tenían doble vacación. Sofi tenía y tiene el don del
asombro y, así como con el proyecto Blair witch, el don de la descripción
sensacional. O sea de las sensaciones. Los relatos de esos viajes eran
geniales, las comidas de Brasil, los Juegos en Disney. Las cosas cobraban valor
a partir del relato de Sofi. Muchísimas, también, perdían valor una vez que uno las veía.
Películas malísimas cobraban encanto porque ella las contaba apenas las
agarrábamos en el cable.
Un día entre nuestras llamadas telefónicas, me contó
que tenían un nuevo juego para la compu. El juego consistía en armar una casa
con determinado presupuesto (aunque ella sabía saltear ese límite) y después
hacer vivir a los personajes. Los personajes también los armaba uno, el sexo, el
color de piel y pelo, la ropa, la edad. Después tenías que hacer que los
personajes desarrollaran su vida, estudiaran, comieran, aprendieran a cocinar,
mearan, se lavaran y tuvieran vida social. Sofi lo había anticipado, lo mejor
del juego era hacer las casas. Al tiempo, cuando fui a su casa, una vez más el
relato superaba la realidad. The Sims fue divertido como novedad, pero no pasó
mucho tiempo hasta resultar un plomo.
Cuando caminaba hace unos días con
mi amiga hacia el Palais de Glace, recordé esas caminatas con mi prima, en las
que el mundo se abría más allá de los jardines de las casas de mis amigas de
Bella Vista. Cuando empezaba a ser menos chica. Con más o menos frecuencia, con
Sofi Urquiza nos seguimos viendo. Compartimos coro, vacaciones, juntadas
nuestras y de primos. Creo que armamos una relación muy igual, de muchísimo
cariño y hasta cierta admiración mutua. A partir de esa caminata hubo varios días en que Sofi vino a mi
recuerdo. Entonces arreglamos para vernos.
Nos encontramos en la estación de
Palermo y caminamos por ahí hasta llegar a una parrilla. Hablamos de nuestras
vidas, de música, de nuestros hermanos y pareceres. Sofi me contó que fue a un
lugar con su novio. Un bar donde entrabas a un cuarto y tenías determinado
tiempo para resolver un crimen. Ahí estaba otra vez, como un cuento de
Bradbury, mi prima contando como era el futuro.
martes, 15 de septiembre de 2015
Ganas
Te veo parado en el umbral
para escucharme
serio y amable.
Te escucho elogiar el poder de las cosas
moviendo las piernas
como el chavo
para atrás.
Te encuentro
queriendo decir la palabra
el guiño.
Entonces creo que todavía,
un poco,
me seguís queriendo.
Aunque no sé si son esas cosas
o las ganas de que así sean.
miércoles, 19 de agosto de 2015
Día tomado
De repente existían
el sol, la caminata, el mediodía.
El viento frío y tranquilo
El barro, el musgo entre ladrillos de vereda,
las sombras de las ramas peladas
finas, negras en el piso.
el sol, la caminata, el mediodía.
El viento frío y tranquilo
El barro, el musgo entre ladrillos de vereda,
las sombras de las ramas peladas
finas, negras en el piso.
De repente, en un día laborable
existía yo.
Para caminarlas
para recordar que también lo hacía a los 19
para recordarme.
Para caminar sin más proyección que el próximo paso.
existía yo.
Para caminarlas
para recordar que también lo hacía a los 19
para recordarme.
Para caminar sin más proyección que el próximo paso.
Espaciados
El sonido del tren,
del avión,
martillazos de obras,
máquinas de cortar pasto escondidas tras los cercos.
El sonido del tren,
del avión,
martillazos de obras,
máquinas de cortar pasto escondidas tras los cercos.
Permanentes
los pájaros.
Un paso y el siguiente.
Las vías y el ascensor.
El pasillo y el caniche del vecino
que histérico
ladra todas mis incertidumbres.
Las vías y el ascensor.
El pasillo y el caniche del vecino
que histérico
ladra todas mis incertidumbres.
lunes, 10 de agosto de 2015
Nube
Ser la nube que pasa
que tapa el cielo
que no trae agua.
Ser la nube que engricese
para que todos los colores resalten
para que el límite no parezca tan lejos
para que nada,
y no importe.
.
que tapa el cielo
que no trae agua.
Ser la nube que engricese
para que todos los colores resalten
para que el límite no parezca tan lejos
para que nada,
y no importe.
.
martes, 21 de julio de 2015
Enero
Enero quemaba.
Quemaba tanto
que los muertos se evaporaban en sus tumbas
que las lágrimas no caían
porque se convertían rápidamente en aire
que de ellas y el sudor,
como del mar,
sólo quedaba sal en la piel.
Quemaba tanto
que los muertos se evaporaban en sus tumbas
que las lágrimas no caían
porque se convertían rápidamente en aire
que de ellas y el sudor,
como del mar,
sólo quedaba sal en la piel.
martes, 19 de mayo de 2015
Tres estrofas de tres
Lo que no se dice
porque no tiene sentido
ni tiene palabra.
Los caminos, distantes y paralelos
que andamos
son parte de la misma tierra.
Nuestros silencios
hablan el mismo idioma.
El rió corre. Adentro.
sábado, 9 de mayo de 2015
Mudanza
Varias cosas quedé pensando respecto a la mudanza y quizá me mueva el hecho de emprender una, pequeña, pero mudanza al fin.
Dejar, como vos decís, ensoñaciones es en algún punto convertirse en el fantasma que va a habitar esos lugares. Uno cree cuando arrulla a un niño muy niño (que no va a recordar ni el canto, ni a la persona, ni su llanto, ni el motivo) que algo de eso queda en el niño. Supongo que lo que pasa es que los niños dormidos despiertan una ternura muy grande, gigante, y uno cree que el pequeño se conmueve como uno y que, entonces, el canto lo modifica. Pero el modificado es quien canta y mira dormir. Con los lugares pasa algo parecido, uno cree que las paredes absorben lo vivido. Que los objetos en general lo hacen, como si fueran permeables y/o sensitivos. Pasa entonces, cuando uno abandona (o simplemente deja un lugar) que cree haber modificado ese espacio tanto como el espacio modificó a uno. Uno, cuando digo uno hablo de mi, pero vista desde afuera, está convencido de que queda en el lugar habitado el fantasma de lo que supo ser en él.
Por otro lado el traslado de las cosas y el de uno mismo genera cierta conciencia del ser. De lo que era cuando se entró, lo que fue mientras permaneció y la consecuencia o el devenir de esas dos cosas, de esos dos entes, que se va. Si el futuro es un montón de tiempo y espacio a ocupar, el pasado no es más que otro montón de tiempo y espacio ya ocupado. El presente es el acto de ocupar. Viendo la palabra ocupar, no como una asignación de responsabilidades, sino como el acto (imposible de eludir en vida) de apropiarse de esa medida y, en algún punto, materializarla.
Genera entonces, el acto de mudarse, de dejar un lugar para ocupar otro una retrospectiva de lo que se fue y una re-pregunta de lo que se quiere ser, pasando obligatoriamente por esa especie de limbo en la que se está. Se logran unir un montón de cosas que parecían estar aisladas, como cuando se relee un policial, uno ya sabe quién es el asesino. Uno se encuentra ante la mudanza culpable de la persona que es. ¿Qué me llevó a esta idea?
Como dije antes mi mudanza fue pequeña, y la gran diferencia de volver al lugar dejado con cierta periodicidad hace que no exista un fuerte sentimiento melancólico. Cambio mi forma de habitar el lugar anterior para expandirme en uno nuevo. Me llevé mi cama, ropa, pocas fotos, discos y libros. La modernidad hace que los discos sean pocos, hay una gran biblioteca musical guardada en esa cosa negra con teclas desde la que escribo ahora, que no me permite ver cada música que llevo. En cambio los libros ocupan mucho más el espacio, tanto como elemento decorativo anclado en una biblioteca, como algo que fue parte de un fragmento de la vida. Encontré muchos libros en mi mudanza, libros que no eran míos y tenía que devolverle a sus dueños originales, libros que eran de la casa (de mis padres mejor dicho) y que no podía llevarlos tampoco y libros que eran míos y no sabría decir cómo llegaron a mis manos. Entiendo las llegadas de Casas y de Fogwill, porque fueron una elección reciente, pero había olvidado que Pessoa fue un regalo de Sol. La dedicatoria ultra amorosa del libro de Clarice Lispector, de mi tío Pedro, recordó también ese cumpleaños cuando todavía no sabía todo lo que podía guardar la palabra Saudade. Así me sorprendió el recuerdo escolar con Boquitas pintadas y ciertos fracasos con libros que pasaron sin pena ni gloria pero recordaba haberlos llevado más de una vez en la mochila. La mayor sorpresa y la que tiene que ver con mi relato fue el libro de poemas de Baldomero Fernández Moreno.
“Para mi hijita María Mercedes, de papá que la quiere mucho. Feliz navidad 1999”. Me acuerdo que esa navidad papá y mamá compraron muchos libros y fueron decidiendo a cuál de sus ahijados podía corresponderle cada uno. Escribieron la dedicatoria sentados en la mesa del comedor, como si fuesen autores firmando autógrafos. El de Fernández Moreno quedó último, sin destino. Papá leyó un poema “Setenta balcones y ninguna flor” yo le pedí que me lo regalara. Entonces como los autores sentados en la mesa editorial, sin preguntar mi nombre porque ya lo sabía (tanto que presumió poner mi nombre real y no mi apodo “Bebi”) me escribió esa tierna dedicatoria y me dio el que sería mi primer libro de poesía.
En 1999 yo tenía diez años, en dos meses cumpliría once. Claramente ya había demostrado interés por el género porque esa misma navidad a los hijos, a algunos, también nos tocaron libros de regalo y los míos fueron una excelente antología poética infantil que seguí consultando hasta hace un mes que se lo regalé a mi sobrina y un estudio sobre poesía infantil realizado por Elsa Bornemann, ese me lo traje para estudiar ahora, poco entendía de estructuras literarias y fraseos a esa edad. Si me preguntaran en qué momento empecé a escribir, hubiese dicho que a los catorce años un verano en Lucila que me compré un cuaderno rojo, al que con Tere e Ine Raspeño le pegábamos las etiquetas que estaban atrás de los desodorantes (cosmético que habíamos empezado a usar uno o dos veranos atrás). No recuerdo mis diez años, sí me gustaba leer, pero no era una niña genio lectora. Tampoco lo soy ahora. Sin embargo algo ya inquietaba y mis padres supieron verlo. Si me hubiesen reglado otra cosa esa navidad, el interés se hubiese manifestado al pedirle a papá que me regalara el libro de Fernández Moreno.
Ahí está la retrospectiva de la mudanza. Yo no sabía que mucho antes de lo que pude percibir, mi tiempo y mi espacio era ocupado (por decisión propia) en la poesía. Tampoco en ese momento planeaba seguir haciéndolo, tanto como lectora como aspirante a poeta quince años después. Y acá estoy y, por más que navidades enteras me regalaron blocks de hojas enormes, lápices y acuarelas, la forma en que decido contar la secuencia de la mudanza es la escritura. Encuentro el cuaderno y pienso que fue estúpido creer en la posibilidad de estudiar historia o artes, y angustiarme por eso, entonces me doy cuenta que esto que traslado ahora no es más que el devenir de un habitar el tiempo y el espacio, del que no me arrepiento y del que puedo agarrarme para decidir como seguir haciéndolo. Me encuentro entonces, en este policial, con el cuchillo ensangrentado en mis manos.
oriniginal para Unoytres 06/2014
Dejar, como vos decís, ensoñaciones es en algún punto convertirse en el fantasma que va a habitar esos lugares. Uno cree cuando arrulla a un niño muy niño (que no va a recordar ni el canto, ni a la persona, ni su llanto, ni el motivo) que algo de eso queda en el niño. Supongo que lo que pasa es que los niños dormidos despiertan una ternura muy grande, gigante, y uno cree que el pequeño se conmueve como uno y que, entonces, el canto lo modifica. Pero el modificado es quien canta y mira dormir. Con los lugares pasa algo parecido, uno cree que las paredes absorben lo vivido. Que los objetos en general lo hacen, como si fueran permeables y/o sensitivos. Pasa entonces, cuando uno abandona (o simplemente deja un lugar) que cree haber modificado ese espacio tanto como el espacio modificó a uno. Uno, cuando digo uno hablo de mi, pero vista desde afuera, está convencido de que queda en el lugar habitado el fantasma de lo que supo ser en él.
Por otro lado el traslado de las cosas y el de uno mismo genera cierta conciencia del ser. De lo que era cuando se entró, lo que fue mientras permaneció y la consecuencia o el devenir de esas dos cosas, de esos dos entes, que se va. Si el futuro es un montón de tiempo y espacio a ocupar, el pasado no es más que otro montón de tiempo y espacio ya ocupado. El presente es el acto de ocupar. Viendo la palabra ocupar, no como una asignación de responsabilidades, sino como el acto (imposible de eludir en vida) de apropiarse de esa medida y, en algún punto, materializarla.
Genera entonces, el acto de mudarse, de dejar un lugar para ocupar otro una retrospectiva de lo que se fue y una re-pregunta de lo que se quiere ser, pasando obligatoriamente por esa especie de limbo en la que se está. Se logran unir un montón de cosas que parecían estar aisladas, como cuando se relee un policial, uno ya sabe quién es el asesino. Uno se encuentra ante la mudanza culpable de la persona que es. ¿Qué me llevó a esta idea?

“Para mi hijita María Mercedes, de papá que la quiere mucho. Feliz navidad 1999”. Me acuerdo que esa navidad papá y mamá compraron muchos libros y fueron decidiendo a cuál de sus ahijados podía corresponderle cada uno. Escribieron la dedicatoria sentados en la mesa del comedor, como si fuesen autores firmando autógrafos. El de Fernández Moreno quedó último, sin destino. Papá leyó un poema “Setenta balcones y ninguna flor” yo le pedí que me lo regalara. Entonces como los autores sentados en la mesa editorial, sin preguntar mi nombre porque ya lo sabía (tanto que presumió poner mi nombre real y no mi apodo “Bebi”) me escribió esa tierna dedicatoria y me dio el que sería mi primer libro de poesía.

Ahí está la retrospectiva de la mudanza. Yo no sabía que mucho antes de lo que pude percibir, mi tiempo y mi espacio era ocupado (por decisión propia) en la poesía. Tampoco en ese momento planeaba seguir haciéndolo, tanto como lectora como aspirante a poeta quince años después. Y acá estoy y, por más que navidades enteras me regalaron blocks de hojas enormes, lápices y acuarelas, la forma en que decido contar la secuencia de la mudanza es la escritura. Encuentro el cuaderno y pienso que fue estúpido creer en la posibilidad de estudiar historia o artes, y angustiarme por eso, entonces me doy cuenta que esto que traslado ahora no es más que el devenir de un habitar el tiempo y el espacio, del que no me arrepiento y del que puedo agarrarme para decidir como seguir haciéndolo. Me encuentro entonces, en este policial, con el cuchillo ensangrentado en mis manos.
oriniginal para Unoytres 06/2014
domingo, 26 de abril de 2015
Vaticinio
No voy a salir corriendo
despacio, sin hacer ruido.
Lento, muy lento
daré pasos para atrás
imperceptibles es su individualidad
De la misma manera que veníamos entrando
lánguidamente
voy a frenar
y hacer que mis piernas
vayan para el otro lado.
Va ir llegando más gente
y ocupará el espacio
y tu atención.
Desde el umbral de la puerta
voy a mirarte,
a salir.
Me vas a ver pasar por la ventana
pero va a haber pasado tanto tiempo
y mi partida va a ser tan
amable, silenciosa y pausada,
que cuando me veas ir
si me quisieras llamar
no recordarás mi nombre.
despacio, sin hacer ruido.
Lento, muy lento
daré pasos para atrás
imperceptibles es su individualidad
De la misma manera que veníamos entrando
lánguidamente
voy a frenar
y hacer que mis piernas
vayan para el otro lado.
Va ir llegando más gente
y ocupará el espacio
y tu atención.
Desde el umbral de la puerta
voy a mirarte,
a salir.
Me vas a ver pasar por la ventana
pero va a haber pasado tanto tiempo
y mi partida va a ser tan
amable, silenciosa y pausada,
que cuando me veas ir
si me quisieras llamar
no recordarás mi nombre.
domingo, 19 de abril de 2015
Vigiliar
No vigilo un sueño
porque no puedo entrar en las sienes de nadie.
Porque los sueños
no merecen, ni quieren vigilancia
porque respeto
ese mundo,
porque no lo entendería.
Vigilo para cuidar tu dormir,
tu descanso.
Para mirarte detalladamente
sin que te des cuenta.
Te acuno
acaricio y
arrullo.
Para ver tu cara sin tensiones,
para mirarte
sin necesidad de entender nada,
No canto para que duermas
canto para arrullarme,
para decir lo que no tiene palabras
para buscar otra forma de abrazo.
martes, 14 de abril de 2015
El cuerpo solo
Existe una soledad insalvable
la que los amigos no rescatan
las ocupaciones no evaden
la que no se termina.
la que los amigos no rescatan
las ocupaciones no evaden
la que no se termina.
La soledad de estar solo
sin el alma.
La única certeza es el cuerpo
solo
en un mundo
invadido de cosas
solas.
No hay vocación
no hay sentimiento
no hay amor
no hay letras.
Como una ola
se expande
nos sala
y se va.
sin el alma.
La única certeza es el cuerpo
solo
en un mundo
invadido de cosas
solas.
No hay vocación
no hay sentimiento
no hay amor
no hay letras.
Como una ola
se expande
nos sala
y se va.
sábado, 4 de abril de 2015
Dos agujas
La nada reposa hasta convertirse en lo que
es.
En herencia
en tardes al sol y mandarinas
en hojas cuadriculadas pintadas con fibras de colores.
En todos los tratados filosóficos
encerrados en un solo movimiento.
Mi dedo garra lastimado
por el rose de la lana.
El gato oliendo el ovillo.
Todas las actividades postergadas
hasta terminar esta fila
o una más
o dos,
o tres.
En herencia
en tardes al sol y mandarinas
en hojas cuadriculadas pintadas con fibras de colores.
En todos los tratados filosóficos
encerrados en un solo movimiento.
Mi dedo garra lastimado
por el rose de la lana.
El gato oliendo el ovillo.
Todas las actividades postergadas
hasta terminar esta fila
o una más
o dos,
o tres.
La nada que crea
cada fila
en interacción
con la anterior y la siguiente
como cada verso
en este poema.
con la anterior y la siguiente
como cada verso
en este poema.
jueves, 2 de abril de 2015
Así
distantes,
así
estemos
que estamos bien.
distantes,
así
estemos
que estamos bien.
Es de noche
caen las primeras hojas
y se escuchan los grillos.
Tenemos la ventaja de la ausencia
la melancolía de un recuerdo,
de septiembre florecido
del jacarandá estallado.
Del tiempo que fue como dar amor
hasta salir corriendo buscando un golpe.
Así distantes,caen las primeras hojas
y se escuchan los grillos.
Tenemos la ventaja de la ausencia
la melancolía de un recuerdo,
de septiembre florecido
del jacarandá estallado.
Del tiempo que fue como dar amor
hasta salir corriendo buscando un golpe.
así en silencio,
así ausentes,
así fantasmas y solos
estoy bien.
martes, 24 de marzo de 2015
Pendientes rojos
Los vasos rotos en el piso.
Nosotros descalzos
¿cómo bajar la escalera sin lastimarnos?
¿cómo volver a la
planta baja?
No había definición que nos salvara
Después seguían más dudas
Primero dudamos qué hacer con los vasos
Pero cuando la vida decidió por nosotros
Dudamos qué hacer con nuestros pies
Con la escalera
Con la planta baja.
Seguimos en suspenso
Quizá porque de eso se trate la vida
Quizá porque lo único determinante
Sea la muerte.
viernes, 20 de marzo de 2015
Fui una oveja
Tuve un oso.
De columnas kilométricas,
de ojos chinos
y labios gruesos.
Fui una oveja,
de esas que cuentan para dormirse los desvelados,
las que se cuidan de los lobos
y se pierden en el monte.
El oso decidió irse,
no salí a buscarlo.
Movió cada una de sus vertebras incontables
me dio un beso en la frente
y se fue.
Ya fui una oveja,
La de los insomnes,
que impacientes,
sólo cuentan hasta uno.
De columnas kilométricas,
de ojos chinos
y labios gruesos.
Fui una oveja,
de esas que cuentan para dormirse los desvelados,
las que se cuidan de los lobos
y se pierden en el monte.
El oso decidió irse,
no salí a buscarlo.
Movió cada una de sus vertebras incontables
me dio un beso en la frente
y se fue.
Ya fui una oveja,
La de los insomnes,
que impacientes,
sólo cuentan hasta uno.
miércoles, 18 de febrero de 2015
Todo contrasta
Camino. El cielo es gris, la calle es gris,
la plaza no. El cielo tiene ese color que hace resaltar todo lo que se
interpone entre nosotros. Las copas de
los árboles, los carteles, las cotorras, las flores de las copas, los
edificios. Todo contrasta mientras el viento lo golpea.
Estoy tan enojada que cuando cruzo la plaza
creo que son mi paso y mi enojo los que remueven la hojas, levantan el viento y
obligan a las madres a sacar a los chicos del sube y baja. Cruzo en diagonal,
el paso firme y las manos abiertas. Pienso que el cielo puede caerse a pedazos,
el viento tirar miles de árboles, la lluvia inundar las casas, el asfalto
abrirse hasta mostrar la tierra, el agua y el magma.
Deseo que todo eso suceda porque creo que,
como si nada, podría seguir caminando con la misma firmeza. Pero el cielo gris
no muestra rajadura, ni el viento mueve más que hojas y tierra, ni las gotas que
caen llegan a mojar mi camisa. Del magma ni noticia y mi paso puede flaquear
con solo apoyar un poco de más la plataforma del zapato. Encarno y reconozco que cumplir cualquiera de mis deseos
me perjudicaría. Entonces solo espero que llueva, así poder disimular el momento
en que la bronca se transforme en llanto. Aprieto los labios. Quiero llegar a
casa.
domingo, 8 de febrero de 2015
Así mi corazón te añorará
Hace unos días (23 de enero) recordábamos
la fecha en que nació Luis Alberto Spinetta, dentro de otros pocos se cumplirá
la de su muerte (8 de febrero). A mi me sigue sorprendiendo es su existencia.
No pienso analizar la vida del músico,
porque no estoy a la altura de las circunstancias. Tampoco voy a entrar en una
competencia de fanatismos porque estoy segura que la pierdo. Pero sí pienso
hacer un pequeño repaso de situaciones que vinieron a mi cabeza y que aparecen
bastante seguido.
Recuerdo el día de su muerte, y creo que
los de mi generación lo vamos a recordar toda la vida. Creo que vamos a contar
una y otra vez dónde estábamos, con quien, cómo impactó la noticia y cuál fue
nuestra primera reacción. Lo vamos a contar siendo viejos y tal vez, como la
muerte de Gardel en la novela de María Elena Walsh, nos ocupemos de dejar
inmortalizado ese momento en las letras. Tal vez vieja, le cuente a mis nietos
y sobrinos nietos cuando llamé a mi hermano:
“-Che ¿sabés una cosa?
-¿Qué?
- Se murió Spinetta.
-Mentira.
-De verdad, boludo.
-Mentira ¿Dónde lo viste?
-Lo están diciendo en TN.
-TN miente, Bebi”.
No recuerdo como siguió la conversación con
el incrédulo, supongo que contuve las lágrimas y le dije “después hablamos”.
Esta vez el canal de noticias no mentía, Spinetta se había muerto y mi amigo
Tomás se quejaba porque los clientes del kiosko habían expresado pena por la
muerte de Romina Yan, pero del músico no decían nada. “Primero Fowgill, ahora
El Flaco”, lamentaba el kiosquero. Yo, que había ido a visitarlo porque el
duelo de fotos y canciones que se había instaurado en facebook no calmaba mi
sentimiento de orfandad, sentía algo parecido. Sólo quedaba el polémicamente
recuperado Charly, en ese estado que causaba algo de tristeza, estaba y uno no quería perderlo. También Fito,
pero él es de este planeta.
Recuerdo que el papá de una amiga nos llevó
a ver Spinetta al Colón, año 2004 o 2005. El señorito y su guitarra solos en el
escenario se veían como una línea recta y
corta con un pequeño desvío. Unos chicos altos, de más o menos 20 años y
remeras rayadas, presumían hablando del estilo arquitectónico del teatro. Por cómo lo hacían, parecía que habían tirado un
listado sin razón de nombres y edades históricas que recordaban. Podrían haber
dicho “Es un Gaudí mesopotámico”, total sonaba súper spinetteana la frase.
Recuerdo que cuando terminó un tema alguien gritó “Durazno, Flaco” y Luis
contestó “Cuando tocaba Durazno me pedían temas de Almendra. Estoy presentando
esto, escuchalo porque me lo vas a pedir cuando presente otra cosa”. Admito que era de las que iba esperando
escuchar “Durazno”, también admito que la mejor canción de ese concierto fue
“Las cosas tienen movimiento” en una versión que ni su propio autor (Páez) pudo
imaginar mejor.
Llegó el concierto de las bandas eternas. Yo no podía creer estar viendo Pescado Rabioso
en vivo, era algo que había asumido imposible y ahí estaba. Era consciente de que
no había retroceso en el tiempo, ni ellos eran los mismo, ni el público tan
virgen. El recital fue eterno y él
rebalsaba de simpatía. “Querían ver Rock, hubiesen ido a ver AC/DC” o “Después
seguimos todos en casa” eran los chistes que tiraba medio superado. Al
principio del recital, alguien gritó “¡No te mueras nunca!” y, con su
característica entonación, la respuesta fue algo así como “Bueno, pero vos
tampoco así te das cuenta”. El canal de noticias no mintió Spinetta estaba
muerto, tal vez el tipo que gritó esa noche en Vélez también esté muerto. No
sé, de ese en TN no dijeron nada.
miércoles, 4 de febrero de 2015
Ámbar
Pasan los octubres y los febreros,
vuelve la misma pregunta
sobre qué me traes,
qué me ata,
qué me atrajo.
vuelve la misma pregunta
sobre qué me traes,
qué me ata,
qué me atrajo.
Si tú, llanto vuelto furia
Si la furia devenida en canto
o el canto que abrió en tu cabeza un pájaro.
Si la furia devenida en canto
o el canto que abrió en tu cabeza un pájaro.
Si tu lado triste
si el desamor instalado
si el estruendo del grito
ante lo injusto anclado.
si el desamor instalado
si el estruendo del grito
ante lo injusto anclado.
Pasan los febreros y los octubres,
las flores y los desgajos
y yo mirando el cielo
intento descifrar tu legado.
las flores y los desgajos
y yo mirando el cielo
intento descifrar tu legado.
jueves, 1 de enero de 2015
Último sol
Cae el último sol del año sobre el balcón de Paunero.
La vecina del 6to no apagó su aire acondicionado
la esquina derecha del balcón contiene y derrama sus gotas.
Se va el último sol del año sobre Paunero
Sobre el mirador desde el cual planeo, acciono y construyo mis días.
Pareciera imposible no melancolizar la horizontalidad, la altura de las nubes, el agua de la vecina.
El sol dibuja, una vez más, la esquina del living.
Con sombras de sillas, manteles y sábanas. La entrada.
El último sol del año cae sobre Paunero
y mientras los hace, saluda “hasta mañana”
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